jueves, 16 de septiembre de 2010

De entre todos los seres extraordinarios que pueblan las montañas, valles y bosques cántabros... de entre los mitos que vivieron o viven en tierra española... de entre todos los monstruos que cautivan y atormentan la imaginación... de entre los ogros que atormentan a los niños y amedrentan a los hombres... de entre todos los símbolos del mal, la crueldad y la brutalidad, aquel que sobrepasa a todos por su estatura, fuerza, fiereza, monstruosidad y perversidad es el Ojáncano, salvaje habitante de las profundas y tétricas cavernas perdidas en los más recónditos parajes de la Montaña. El Ojáncano, sólo abandona su guarida por la noche... para salir a sus diabólicas y destructoras correrías.
El Ojáncano.
Nos encontramos ante un descomunal gigante, tan alto como los árboles más altos del bosque y más robusto que los duros peñascos que sostienen las montañas. Sus pies... enormes y descalzos, dejan en prados y caminos unas huellas que son inconfundible señal de alarma. Tiene diez dedos en cada pie, terminados cada uno de ellos en una uña acerada y potente.
Su barba enmarañada oculta la parte delantera de su cuerpo y en ella, entre pelos bermejos y gruesos, encontramos un inconfundible pelo blanco. Este pelo blanco es el punto débil del Ojáncano: si alguien consigue arrancárselo, el poderoso gigante morirá inmediatamente.
Por encima de la barba se eleva la cabeza grande y horrible, donde distinguimos sus fauces escalofriantes y sanguinarias, su narizota enorme... y su único ojo bajo la frente. Se trata de un ojo gigante, un ojo enorme y brillante como un ascua, ojo de mirada siniestra y feroz, ojo agudísimo que lo ve todo por muy distante que esté, ojo que hay que cegar para poder acercarse a arrancar el pelo blanco de la barba.

 Todas las maldades del monte son obra del Ojáncano: aun cuando no está enfadado ciega las fuentes, resquebraja los árboles más útiles, arranca el pelo a las vacas, esparce el heno amontonado, vuelca los carros, atraviesa troncos en los caminos, derriba cercas y tapias, rapta mozas e incluso princesas... (vaya! Qué miedo...).
El Ojáncano no vive solo en su cueva, sino con la Ojáncana, un monstruo incluso más feroz que él... De aspecto similar a su compañero, tiene, sin embargo, dos ojos, cubiertos de legañas, y carece de barba.
En su boca distinguimos dos colmillos afiladísimos en espiral con los que despedaza niños, pues hay que decir que el manjar preferido de este desalmado ser es la sangre de los niños que se extravían en el bosque. :'-) Pero, lo más característico de la Ojáncana son sus pechos... Dos pechos enormes y rojizos que le cuelgan hasta el vientre, de modo que cuando corre enfurecida, se los echa por encima de los hombros para que no la estorben...
Estos pechos no son símbolo de un sentimiento materno, esta raza sanguinaria carece de sentimientos...
El Ojáncano y el ermitaño.
No se sabe exactamente cuántos Ojáncanos y Ojáncanas han existido o existen en los inaccesibles montes cántabros, pero sí se sabe que algunas cavernas en las que vivieron o viven llevan su nombre...
Son los crueles dueños de la Montaña, que reinan en ella a sus anchas haciendo toda clase de destrozos y tropelías.
Sólo seres sobrenaturales, como un duende o una Anjana, pueden proteger a los hombres del Ojáncano y castigarlo.
"Ojalá te quedes ciegu,                       Ojáncano malnacíu,                                        pa arrancarte el pelo blancu                            y te mueras maldecíu.

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