jueves, 16 de septiembre de 2010

El Ojáncano


Ojáncano personifica el mal para los montañeses. Es el personaje más desagradable y malvado de la mitología de Cantabria.
Es un ogro enorme, tan alto como los árboles más altos y tan robusto como los peñascos que sostienen a las montañas.
Tiene unos pies y manos gigantescos y en cada pie tiene diez dedos que terminan en unas afiladas garras, lo mismo que sus manos, que también tienen diez dedos cada una rematados por sendas garras. En ellas suele llevar una honda de piel de lobo con la que arroja grandes piedras y en la otra porta un recio bastón negro, que puede transformarse en lobo, víbora o cuervo, los tres animales del bosque amigos suyos.
Todo su enorme cuerpo está cubierto por un pelo áspero y rojizo. La parte delantera de éste está casi tapada por una espesa barba, en la que tiene un pelo blanco, el punto débil del Ojáncano, si alguien consigue arrancarle ese pelo, tras cegarle el único ojo que tiene en su frente, podrá matar a este desagradable ser.
Pero por desgracia, el Ojáncano no está solo, con él vive la Ojáncana, un monstruo tan terrible como él o quizá aún más. La Ojáncana se parece mucho a su compañero, pero ella tiene dos ojos, aunque lo más característico de ella son sus enormes pechos, que ha de echarse a la espalda cuando corre por el bosque.
El Ojáncano no se reproduce en pareja, su nacimiento es de lo más curioso. Cuando un Ojáncano está viejo, los demás lo matan, le abren el vientre para repartirse lo que lleve dentro y lo entierran bajo un roble. Al cabo de nueve meses, salen del cadáver unos gusanos amarillos, enormes y viscosos, que durante tres años serán amamantados por una Ojáncana con la sangre que mana de sus voluminosos pechos y de este modo pasan a convertirse en Ojáncanos y Ojáncanas.
De esto se desprende que reinan en la Montaña a sus anchas y sólo un duende o una Anjana pueden castigarlos.

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